Esta pregunta me la hacía un gestor sanitario hace unos pocos días, y la respuesta no es sencilla, puesto que depende de lo que se quiera conseguir con un proceso de compra centralizada y de cómo se haga. Desafortunadamente, los modelos de contratación pública sanitaria siguen poniendo el foco en la obtención de ahorros por agregación de demanda. Por mucho que se escuche hablar de compra basada en valor o de «compra estratégica», la realidad del día a día es que el criterio precio sigue siendo el centro de gravitación de la compra sanitaria.
Prueba de lo anterior es la forma en la que se utiliza la compra centralizada con la mira puesta, precisamente, en obtener economías de escala. Por supuesto que ésta puede ser una estrategia válida para compras recurrentes (regla del 80/20), en las que el valor añadido que el producto aporta a la cadena de valor sea poco o limitado; pero no lo es cuando el resultado final (tanto para el paciente como para las cuentas públicas) depende directamente del valor añadido vinculado a la compra.
Si el producto o proceso adquirido es el responsable de una parte sustancial del valor generado en un proceso asistencial (pensemos, por ejemplo, en una terapia innovadora o en alta tecnología para el diagnóstico por imagen), la utilidad marginal obtenida con cada nueva adquisición o uso es creciente; pero los pliegos propios de la compra por volumen apuntan en la dirección contraria, puesto que los criterios cualitativos normalmente no se centran en resultados y el precio acaba siendo determinante para expulsar al producto con mayor utilidad marginal creciente, en favor de los que presentan costes decrecientes, pero menos valor agregado.
Ya sabemos que las economías de escala son una de las herramientas básicas de toda gestión económica, pero no por ello los acuerdos marco o las centrales de compra tienen que estar vinculados, sistemáticamente, a la reducción de los costos unitarios de adquisición, puesto que ello puede romper la cadena de valor al introducir elementos ineficientes, inadecuados o cuyos resultados impacten negativamente en el servicio asistencial, a la vez en que consumen otros recursos no vinculados al proceso (costes de oportunidad), generándose así más pérdidas de eficiencia que ahorros.
Por ello es imprescindible que, también desde la compra centralizada, se ponga el foco no sólo en la obtención de economías de escala, sino también en favorecer, tanto la racionalización de la compra, como la mejora de la eficiencia de las las organizaciones hospitalarias, que son las de que de verdad conocen sus objetivos y necesidades. En una realidad tan cambiante, no podemos seguir con la máquina de imprimir pliegos como si las cosas no hubiesen cambiado las cosas en los últimos treinta años.
CEO Lentisco Alentto